Más allá de la capacidad de evocación de su nombre, no olvido que Armenia es una nación real, un territorio, una cultura, una historia y muchas tragedias (todos los países las han sufrido, pero no me digan que el genocidio de 1.915,
setenta años de régimen soviético, el terremoto de 1.988 y la guerra con Azerbaiyán -todo eso sin salirnos del siglo XX- no desborda lo tolerable).
Cuando tenía trece años hice un recorrido por las librerías de Bilbao buscando, no hay que decir que infructuosamente, algún libro que tratara de Armenia. Después, a lo largo de los años, me fui enterando de algunos pedazos de su historia: sus momentos de esplendor, sus angustias entre vecinos abusones, su prolongada y riquísima diáspora…
Mi fascinación por Armenia adquirió una profundidad nueva gracias a que el primer escritor “serio” que leí, recién salido de lo que se suele considerar literatura juvenil (Enid Blyton, Julio Verne, Salgari, Guillermo Brown…) fue William Saroyan, que no sólo era armenio y californiano sino que escribía mucho acerca de armenios. Más tarde me enteré de que, entre otros, Charles Aznavour, Rouben Mamoulian, Garry Kaspárov e incluso ¡Gregory Peck! eran de origen armenio.
Mi Armenia mítica, que intentaré describir en posteriores entradas, es un conjunto de sentimientos, recuerdos, estados de ánimo y afectos de todo tipo, pero también es cierto que mantiene puntos de contacto con la Armenia real y la canción que da título a mi último disco así lo atestigua.
Efectivamente, Armenia está lejos del dinero y del mal; efectivamente, en Armenia hay un lago que en la antigüedad clásica era reputado como una de las entradas al Hades, el infierno de los griegos. De hecho, ese conocimiento me permitió desatascar la letra de la canción (por entonces no tenía nada más que la primera estrofa) y conducirla por su definitivo sentido iniciático: no hay que olvidar que toda auténtica iniciación implica un descenso a los infiernos, y ese descenso se produjo -vaya que sí- y aunque no fuera en el sur de Armenia literal, dónde se encuentra el citado lago, sí que se produjo en otro lugar bautizado por mí con ese nombre.
Porque El Sur de Armenia es el nombre íntimo y sagrado del tugurio donde, solo o en compañía, y con el inestimable auxilio de la cerveza Voll Damn, exprimo todas las energías de mi alma para reír, conversar, pensar, escribir, parir melodías sin cesar, luchar contra mis demonios y, como resultado de ello, ser (a veces, sólo a veces) inmensamente feliz.
No sabía nada de Armenia y armenios. Tema muy interesante, merecería ampliación.